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José María Prieto Fernández-Layos
En el último tercio del siglo XI, una época convulsa pero prometedora, cimiento de tradiciones que aún perduran, nació y murió el único hijo varón del Cid Campeador, don Diego Rodríguez.
De su vida poco se sabe. Las crónicas y los cantares, salvo algún que otro testimonio aislado, la silencian, dando lugar a múltiples conjeturas por parte de los investigadores.
Lo que sí es un hecho fidedigno, contrastado, es su temprana muerte en Consuegra, peleando contra las huestes almorávides, el sábado 15, día de la Virgen de agosto, del año 1097, cuando tenía 22 años de edad.
¡Cuánto debió sufrir el Cid con la muerte de Diego! Era su primogénito y su único hijo varón. Con él murieron las esperanzas de perpetuar su noble abolengo y rancia estirpe por la línea masculina.
En palabras de Menéndez Pidal: “La aflicción del Cid fue cercana a la muerte. El desastre sufrido por los vasallos, la pérdida del hijo, unida a la derrota del rey, se amontonaban pesadamente en su ánimo como excesivo rescate de dolor que ahora le era exigido por la ventura de toda una vida de prodigiosas victorias. La muerte del hijo único no era entonces sólo la falla de la propia eternización a través de las generaciones futuras, ese extremo dolor de desesperanza se ensanchaba aún por representar, además, una irreparable quiebra de fuerza social: la familia era sentida entonces no sólo en su intimidad doméstica, sino como necesaria organización en apoyo mutuo de sus individuos contra los ataques de los demás, y sobre todo como garantía de la venganza, obligada sanción de cualquier ultraje, y cuya carencia absorbe en el Romancero todo el pesar del viejo padre que busca por el campo de batalla el cadáver querido:
Maldita sea la mujer que tan solo un hijo pare;
si enemigos se lo matan, no tiene quien lo vengare.
Pero el Cid estaba aún en edad de vengar sobre los almorávides a su hijo”. Hasta aquí Menéndez Pidal en su obra El Cid Campeador.
Efectivamente, don Rodrigo Díaz de Vivar, en desagravio por la muerte de su heredero, tomó el mismo año, y tras tres meses de sitio, la villa de Almenara, y posteriormente, el día 24 de junio,
festividad de San Juan Bautista, del año 1098, la villa y fortaleza de Murviedro, la actual Sagunto; plaza fuerte donde las haya, que cayó rendida, después también de un corto asedio y varios plazos de gracia, al duelo arrebatado de un padre por su hijo.
Pero la estrella del Cid ya se apagaba. Su existencia se consumía entre las secuelas de las heridas recibidas en combate, el lastre de la envidia y rivalidad que contra él blandían los señores más poderosos del reino y el recuerdo de su primogénito. Cuenta la Primera Crónica General que en su lecho de muerte se le aparecieron en visiones, hasta siete noches, sus difuntos padre, don Diego Laínez, e hijo, don Diego Rodríguez, exhortándole para que les acompañase ya a las “moradas perdurables”.
Sea como fuere, el Cid murió tan sólo un año y once meses después que su hijo, el domingo día 10 de julio de 1099.
Su linaje por la rama femenina se perpetuó, y setenta y ocho años después de su muerte, según la data que puede leerse en el verso final del Fuero consaburense, uno de sus descendientes, un rey, el
rey de reyes medieval por excelencia, Alfonso VIII, el Bueno, el Noble, el de las Navas, terminó por reconquistar definitivamente a los moros la plaza de Consuegra.
Lapidarium del Mausoleo familiar del Cid en el Monasterio de San Pedro de Cardeña
El Cid, sumido en la amargura por la muerte de su único hijo varón y la pérdida de su linaje masculino, jamás hubiera imaginado que una de sus hijas, Cristina, casada con el infante de Navarra Ramiro Sánchez, diese origen a una estirpe real que ha sido cuna de la monarquía europea a través de los siglos. Felipe de España, Isabel de Inglaterra, Carlos Gustavo de Suecia, Harald de Noruega, Margarita de Dinamarca, Margarita de Rumanía, Constantino de Grecia, Simeón de Bulgaria, Felipe de Bélgica, Enrique de Luxemburgo, Guillermo Alejandro de Holanda, …, son descendientes de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, y de su amada Jimena.
Mausoleo del Cid Campeador en el Monasterio de San Pedro Cardeña
No sabemos con certeza si el Cid llegó a fincar en nuestra ciudad en alguna ocasión, por mucho que el Romancero así lo testimonie con versos que no voy a repetir aquí por ser de todos conocidos, pero la relación de este titán con Consuegra está sellada con sangre y lágrimas, y como diría el poeta, con “polvo,sudor y hierro”: por su hijo Diego, que cubrió de rojo estigma de azafrán sus campos; por su tataranieto Alfonso, que recogió la flor de su llanura.
Pero Diego, vive, vive en la memoria colectiva de nuestra ciudad, y brilla con luz propia por su sangre de héroe derramada, emancipado ya por su valor de la imponente figura de su padre.
Consuegra, medieval y eterna, que le veló en su día, debe seguir haciéndolo siempre para evitar que vuelva a morir cubierto de olvido.
¡Gloria, pues, a los héroes antiguos de Castilla!
Monasterio de San Pedro de Cardeña en Burgos
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Con este articulo sobre una de las figuras más relevantes de nuestra historia como es Don Diego Rodriguez hijo del Cid Campeador, reanudamos la actividad en este blog después de un tiempo dedicado a La Centinela de Consuegra en facebook y en el blog del mismo nombre.