Al haber
sido Julio García Ortiz el Pregonero de esta Fiesta tan querida y sentida por
los consaburenses, donde ha plasmado perfectamente ese amor a su tierra y a su
cultura que viene demostrando desde hace unas décadas con sus artículos,
libros y diferentes publicaciones, es uno de los motivos de la apertura de esta
nueva actividad que iniciamos desde el Centro de Estudios Consaburenses F.D.T.
PREGÓN DE LA LII FIESTA DE LA ROSA DEL AZAFRÁN 2014
Sr. alcalde, Sra. concejala de Turismo, autoridades,
amigas y amigos, buenas noches a todos.
Hecho este inciso, aunque lo pueda parecer, no me he olvidado de Aurora,
nuestra querida y sin par Dulcinea, cuya belleza y galanura se manifiesta con
todo su esplendor en este escenario. Precisamente a ella, me quiero dirigir con
aquellas palabras que Don Quijote dedicaba a su dama: <<¡Oh señora de la hermosura, esfuerzo y vigor del debilitado
corazón mío! Ahora es tiempo que vuelvas los ojos de tu grandeza a este tu
cautivo caballero, que tamaña aventura está atendiendo.>>
Ésta,
mi particular aventura, comenzaba el pasado 23 de septiembre, cuando recibo una
sorprendente llamaba telefónica del alcalde, Benigno Casas, aquí presente,
proponiéndome ser el pregonero de la 52 edición de la Fiesta de la Rosa del Azafrán.
Sin salir de mi asombro, la primera reacción fue comentarle la premura
de tiempo para preparar con ciertas garantías, algo tan importante, y trascendental para mí, como es el ensalzar
mediante un pregón, un evento festivo-cultural, como éste, que desde que se
creó hace más de medio siglo lo he considerado como algo propio.
Nuestro primer edil, que dijo confiar plenamente en mi persona, ante mis
dudas, me concedía 24 horas de reflexión. Cumplido el plazo, no me podía negar.
Principalmente, porque tal confianza debía ser correspondida. En cuanto a la
falta de tiempo, era algo secundario.
Ya fríamente, comencé a razonar lo que este
momento supone para la Fiesta; pues, de este acto, han sido protagonistas personajes
tan ilustres e inimitables, como Fina de Calderón, Federico Muelas, Ricardo de la Cierva, José Bono, José Luis Pécker...
Pero si con solo recordar los nombres de
estos, y de otros no menos destacados oradores, que jalonan la lista de
pregoneros, me sentía por momentos abrumado, mi ilusión se hizo patente al
recordar, que podía tener el honor, de sumarme al grupo de consaburenses que,
de igual manera, han tenido hasta la fecha, la oportunidad de ensalzar esta Fiesta
tan querida para todos nosotros: El recordado Cronista Oficial de la Ciudad, Francisco
Domínguez Tendero; el periodista televisivo, Armando Huerta Moreno; el actor
Nicolás Dueñas; el historiador Juan Carlos Fernández-Layos de Mier y, finalmente,
mi amigo, el periodista deportivo Vicente Merino González; del cual tengo que
decir, que al ser uno de los primeros en enterarse de mi designación como
pregonero, no dudó en apoyarme en el protagonismo que se me asigna en este Acto
de Exaltación Manchega; algo que trataré de hacer en la medida de mis
posibilidades.
Según
el Diccionario de la Lengua Española, la palabra exaltar, quiere decir: <<Elevar a alguien o algo a gran auge
o dignidad. Realzar el mérito o circunstancias de alguien y avivar o aumentar un sentimiento o pasión.>>
En el caso que nos ocupa, ese alguien a exaltar, no será otro que Consuegra y
La Mancha, pues ambos son la misma cosa.
Pero, también, como todo, la exaltación en demasía puede derivar en la
adulación o incluso en el fanatismo, que no será mi caso. Los halagos y elogios a Consuegra en
general, y a la Fiesta en particular, si por ventura los merecen, deben venir
de fuera. Pues como decía Don Quijote: <<La
alabanza propia envilece>>.
Siendo realistas, Consuegra es un pueblo como
otros muchos de la geografía manchega. Pero también está dotado de unas
características tan definidas que, por su historia e idiosincrasia, para bien o
para mal, le hacen distinto a los demás.
Quizá
su eterna dependencia de la agricultura, con las limitaciones que esto conlleva
en todos los sentidos, le haya privado de buscar otros horizontes, que sin duda,
le habrían llevado por caminos bien distintos. Por otro lado, si los
consaburenses, en lugar de actuar de forma individual, y con la poca constancia
de que casi siempre hacemos gala, lo hiciéramos colectivamente, con tesón y
perseverancia, buscando nuevas
iniciativas, la situación sería bien distinta.
Allá por 1946, un forastero, concretamente, el
Hermano de La Salle, Buenaventura Gil, director del Colegio san Gumersindo, catalogaba
de esta forma el carácter de los consaburenses: <<Lástima que la manera de ser del pueblo -que ellos mismo
reconocen- no favorezca a la constancia. ¡Mucho entusiasmo para empezar y nada
más ! Y esto no solo en lo que a la Escuela se refiere, sino en todas las
cuestiones locales.>>
De ello
tenemos hoy una muestra. Si en otras ocasiones hemos visto en este mismo
escenario a un grupo de chicas formando la corte de honor de Dulcinea; hoy, es la
propia Aurora, que ya en una ocasión fue dama y en otra Dulcinea infantil, quien
tiene que asumir ella sola todos estos papeles.
Pero volviendo a la exaltación de lo
consaburense, puedo decir, que si desde pequeño siempre me ha interesado cuanto
afecta a ésta nuestra antiquísima ciudad, quien puso los cimientos fue mi
abuelo Polineo Ortiz, el cual colocaba en mis manos el programa de feria, conocido
popularmente como "festejo",
que todos los años, llegado el día 8 de septiembre, festividad de la Virgen de
la Blanca, al finalizar la Rifa del Cristo, repartía puntualmente el tío Bibino
Rodríguez, alguacil municipal, situado bajo el arco del reloj de la plaza de
España.
Tomaba yo con tal ilusión el "festejo" que, aunque a duras
penas sabía leer, antes de llegar la feria ya me sabía de memoria, no solo la programación, sino todos los anuncios, incluida
la habitual poesía de Santiago Mariblanca. "El Duende del
Portachuelo".
Pero sería años después un simple libro, quien
me abría definitivamente las puertas hacia mi total
"consaburanismo".
Contaba yo con unos once o doce años cuando,
siendo alumno del citado Colegio de los Hermanos, durante las largas vacaciones
de verano solía ir a la Biblioteca Municipal, situada en el Colegio del Cristo,
en busca de alguna publicación que saciara mi curiosidad infantil. Cierto día, sin pensar, me topaba con una
obra de Luis Moreno Nieto, con el cual -dicho sea de paso- muchos años después
entablé una grata amistad.
Se trataba del libro: <<Los Pueblos de la Provincia
de Toledo>>, editado en 1962, cuyo
título llamó poderosamente mi atención. En él aparecían pormenorizados
todos los pueblos toledanos, dedicándoles a cada uno las páginas precisas,
según su categoría e importancia.
Ni
que decir tiene, que me fui directamente al capítulo de Consuegra. Entonces,
una especie de emoción contenida se extendió por todo mi ser. Acostumbrado a
los libros de geografía e historia de la editorial Bruño usados en el colegio, los
cuales, como es natural trataban temas de España y del mundo; el ver por vez
primera fotografiados en un libro, el castillo, la iglesia de San Juan, la del
Cristo y otros monumentos de mi pueblo fue algo especial. Tras la primera y
grata impresión, como si hubiera encontrado un tesoro, me llevé el libro a una mesa de la biblioteca,
para después solicitar su préstamo.
Ya
en casa, fui repasando detenidamente su contenido, descifrando de manera
especial los capítulos relacionados con nuestra ciudad, y los pueblos vecinos.
Aquella experiencia despertó en mí unas mayores ansias de conocer todo lo
nuestro. Entre otras cosas, me había permitido situarme en los pasajes más
significativos de nuestra historia, resumidos por Domingo de Aguirre, Juan de
Mariana, el Conde de Cedillo, Gabriel Casanova, y otros no menos prestigiosos
autores.
En rasgos generales, se habían disipado muchas
de mis dudas. El castillo, como se decía, no lo edificaron los moros, pues la fortaleza
ya existía cuando el año 711, tras la
Batalla de Guadalete los musulmanes llegaron a la península; y, donde, según
las crónicas, entraron en escena personajes visigodos asociados a Consuegra:
como el rey Don Rodrigo, el Conde Don Julián o Florinda la Cava.
La posterior Reconquista motivó sucesivos episodios
guerreros, entre ellos la célebre batalla de 1097, donde encontró la muerte Diego
Rodríguez, hijo del Cid Campeador.
Seguía la narración histórica del libro, con
la repoblación de la comarca por la Orden de San Juan, convirtiendo a Consuegra
durante casi siete siglos en cabeza de su Priorato en Castilla y León.
Pero lo que más me sorprendió, fue el percatarme,
que la antigüedad de Consuegra se pierde en la noche de los tiempos. Que en el
cerro Calderico existen los restos de un asentamiento ibérico del siglo VI
antes de Cristo. Que sus moradores, se vieron involucrados de manera indirecta,
en las Guerras Púnicas, libradas por cartagineses y romanos, y los posteriores enfrentamientos
bélicos entre partidarios de Sertorio y de Sila.
Con el restablecimiento de la paz, no sabemos,
si invitados u obligados, nuestros ancestros carpetanos bajaron a la llanura,
dando ello origen al actual casco urbano de Consuegra. Con toda seguridad,
salieron ganando, pues la avanzada civilización procedente de Roma les dotó de
infraestructuras inimaginables, como el agua potable, una presa para regular
las aguas del Amarguillo, varios puentes sobre su cauce, murallas defensivas, termas, y un circo para su recreo y diversión.
Con
ello, según eruditos historiadores romanos de la talla de Plinio I el joven,
Antonino o Tito Libio, nuestra localidad llegó a convertirse en un <<municipium>> de primer
orden dentro de la Hispania Citerior. Otro historiador, de aquella época, Tolomeo
Alejandrino escribía al respecto: <<En
la Mantua Carpetana, el más antiguo y noble pueblo es Consabura>>.
Aquel
citado volumen, no solo satisfizo mi curiosidad histórica, sino que, en su
aparatado de datos generales, venía a decir, que en 1961 la población de
Consuegra era de 10.000 habitantes, añadiendo: <<aún cuando la emigración ha
contagiado algún tanto a los vecinos, no disminuye el vecindario, debido al
aumento de la natalidad.>>
Precisamente, arrastrado por aquel fenómeno
migratorio, en 1970, con 18 años dejaba yo
el terruño para fijar mi residencia en Madrid, de donde, por cuestiones
laborales, no se podía venir al pueblo cuando uno deseara. Si por lo dicho anteriormente,
ya era portador del espíritu consaburense, en esta situación experimenté algo
que solo se siente cuando uno está lejos. No solo se echa en falta la familia y amigos, sino
la silueta incomparable de La Cuesta surgiendo en medio de la llanura manchega;
el cauce seco o con agua del Amarguillo, sus paseos, calles y plazas, las
torres de nuestras iglesias...
Por
eso, los consaburenses que pecamos de ser fríos de carácter a la hora de ensalzar
lo que tenemos, cuando vivimos fuera de Consuegra, nos convertimos en
apasionados embajadores de nuestro patrimonio, de nuestras fiestas y de nuestras costumbres.
Rememorando todo esto, me identifico con un
soneto que, Antonio Clemente escribió por aquellos años:
Yo soy como un molino de esta tierra,
recogido y al suelo replegado,
con un pico de afanes proyectado
hacia el gris horizonte que se cierra.
Dentro de mis entrañas una guerra
revoluciona mi ánimo parado.
En círculo se mide lo que he andado
desafiando al polvo de la tierra.
Me embarga soledad como al molino,
y tengo en el mirar monotonía
de corazón, de ropa y de paisaje.
Como él estoy mudando de destino
un día, y otro día y otro día,
un viaje, y otro viaje y otro viaje.
Ahora, como recordar, dicen que es volver a
vivir, viajemos en el tiempo para situarnos de nuevo en aquellos años sesenta
del pasado siglo, cuando tenía lugar el nacimiento de la Fiesta que tratamos de
exaltar. Con la imaginación trataremos de recorrer, aunque sea someramente, los
periodos estacionales, a través de las manifestaciones culturales y festivas de
nuestra ciudad.
De
todos es conocida aquella frase ya carente de vigor que venía a decir: <<Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol, Jueves
Santo, Corpus Cristi y el día de la Ascensión.>> Pues bien, yo tengo otra
de cosecha propia que dice: <<Tres
días hay en el año difíciles de igualar: Viernes Santo, 21 de septiembre y la
Fiesta del Azafrán>>. Sin duda, tres señaladas fechas sobre las que
se sustenta la totalidad del calendario festivo consaburense.
Como empezaría
diciendo cualquier evangelista: En aquel tiempo..., habiendo dejado atrás las
navidades, nuestro repertorio festivo daba comienzo la tarde del 5 de enero, víspera
de Reyes, cuando, las calles de Consuegra se llenaban de alegría, conformando
un mosaico multicolor de improvisados disfraces que la gente denominaba: <<vestirse de reyes>>;
cuando ni la propia indumentaria grotesca guardaba relación alguna con dicha
festividad. Era, en definitiva, nuestro original y peculiar carnaval, pues el
auténtico estaba prohibido.
Aprovecho para lanzar la idea de, entre
todos, Ayuntamiento, asociaciones y particulares, el recuperar esta fiesta tan singular,
que era única en nuestro pueblo, mientras el carnaval ahora se celebra en todas
partes.
Días después, tenía lugar la fiesta de san
Antón, cuya sencilla programación en torno a la ermita de san Rafael servía de esparcimiento
para la población en general, marcando un punto y seguido a las tareas de
recolección de la aceituna.
Entrada la primavera, llegaba la Semana Santa
que, con sus sobrias procesiones, tenían en el Viernes Santo la primera fiesta
señalada con mayúsculas en nuestra particular trilogía. El recogimiento y el
rigor de aquellas jornadas religiosas, se tornaba en alegría el Domingo de
Resurrección. Por la mañana, en muchas ventanas aparecían colgados los judas,
mientras por la tarde, las laderas de La Cuesta se desbordaban para degustar familiarmente
el hornazo.
Avanzaba el año, y el estío mesetario nos
deparaba sus rigurosos calores donde, interminables
eran las tareas agrícolas, únicamente interrumpidas por las fiestas
consideradas "grandes" de
san Pedro, Santiago, y la Virgen de Agosto, en las cuales no faltaba incluso
alguna novillada económica.
Cuando
ya las diferentes cosechas cerealistas estaban en los graneros, en el horizonte
más cercano se vislumbraba septiembre, nuestro mes festivo por excelencia.
Si
Consuegra tiene muchas peculiaridades, las fiestas patronales no iban a ser una
excepción. Ellas giran en torno a dos antiquísimas devociones:
Por un lado, la Virgen de la Blanca, venerada siglos atrás en el
castillo, que celebramos el día 8; y por otro, la del Cristo de la Vera-Cruz que
tiene su culmen el día 21, nuestra segunda fecha predilecta, coincidente con la
feria, que ya en el siglo XVII se celebraba en honor a san Mateo.
Con san
Miguel, jornada en que los gañanes se ajustaban para el año agrícola se daba
paso al mes de octubre.
Dicen los románticos y soñadores: Que nada le
viene mejor a La Mancha que el otoño, donde, en contraste con el blanco de los
molinos, se conjugan colores tan variados como el verde esmeralda de los
quiñones, el pardo de los barbechos, el ocre de las vides, el verde oscuro de los olivares, y el morado,
rojo y amarillo de la inigualable, preciada y bella rosa del azafrán, de la
cual nos ocuparemos más adelante.
Corroborando lo anterior, otro poeta local, en
este caso, Santiago Moraleda nos dejaba esta obra:
El campo de Consuegra
ha vestido la magia de su púrpura,
como enseña sagrada
de esta Mancha impoluta.
En la gran piel de toro,
es La Mancha una gracia, que perdura
con sus casitas blancas,
el molino en la altura
y castillos atentos
en vigilia de lunas.
Hombres que piensan recio,
mientras miman los surcos como a cunas,
dispuestos al ensueño
y al vuelo en ala pura.
Cada flor es un beso,
que da el otoño, a la tierra, en su ternura,
con realidad de gracia
que cubre al llano con su veste única.
El fino estigma rojo
es sangre castellana, que circula
en la flor encendida
de esta tierra fecunda
con sus labios abiertos,
que van dejando huellas muy profundas.
Y otro beso al trabajo,
que da la tierra siempre, a quien sin duda
se entrega a su caricia y su cuidado,
y ella ofrece su ubérrima fortuna.
Pero también octubre encerraba otros matices. A
medida que progresaba la vendimia, y de las bodegas surgía el inconfundible
olor a mosto en fermentación, por santa Teresa, desafiando la neblina o el
rocío mañanero, comenzaban a aparecer entre las mullidas parcelas de celemín,
repartidas por los campos que circundaban el casco urbano, unas moradas florecillas que, sin pasarse
mucho tiempo, serían cientos de millares, las cuales, en uniformadas hileras,
ofrecerán una espectacular alfombra; tan deslumbrante y bella a los ojos del
observador, como ardua de recolectar, y satisfactoria en lo económico para sus
propietarios.
Si como parecía, se trataba ya del esperado "apretón" o "floritón", sin demora, de
todos los rincones del pueblo asomaban gentes presurosas, con cestas de mimbre
bajo el brazo, camino de los azafranales. Incluso las abejas, que a esas alturas del calendario
no esperaban semejante manjar, se rebozaban gozosas entre sus "pajitos".
Entonces no cabían excusas, como fuera, había
que buscar refuerzos para amparar la cosecha. Primero recoger la rosa, y luego,
en interminables veladas nocturnas realizar su mondado y tostado, todo de forma
artesanal. Quienes como en mi casa teníamos los azafranales complementarios a la economía familiar, y su
extensión era la adecuada, fácilmente encontrábamos la cercana ayuda, conocida como
"echar el clavo" en
familiares no cosecheros.
En cambio, los llamados "azafranaleros" que, al cultivar el azafrán como negocio,
ocupaban amplias parcelas, ya tenían contratadas de antemano "mondaoras" que, por su trabajo, cobrarían en especie, la
cuarta parte del producto mondado.
El Imparcial, mi barrio de residencia
entonces, eran fiel reflejo del ambiente azafranero que se vivía en Consuegra.
Durante la recolección se podían ver grupos más o menos numerosos de vecinos
mondando rosa en las puertas de sus casas; los cuales, llegado el mediodía,
hacían un hueco en las tareas de monda y, en la misma mesa, en plena calle, se
comían el cocido para perder el menor tiempo posible. En otras ocasiones eran
montones de cebolla los que se pelaban en el mismo lugar, o en las empedradas aceras
se esparcía el esparto segado en los azafranales para, una vez secado al sol, servir
de alimento a algunos animales del corral.
En el caso que me tañe, a decir verdad, aunque
unas veces por cuestiones escolares y otras laborales no me prodigué mucho en el
ámbito azafranero, puedo decir, que más de una ocasión ayudé a sacar, pelar o
plantar cebolla; "entrilar"
azafranales; "dar humazo" a
los ratones; coger y mondar rosa, o tomar con delicadeza el azafrán ya tostado
en el "ciazo".
A
resultas de toda esta laboriosa actividad, el azafrán se guardaba en baúles
caseros, nunca mejor dicho, <<como
oro en paño>>, a la espera del comprador más convincente, o la
ocasión más propicia. En este sentido, se cuenta, con cierta ironía, que un
matrimonio consaburense fue a Madrid a una consulta médica particular. Como, pese a su aspecto rural, sus ropas, al estar guardadas en el mismo
mueble desprendían un fuerte olor a azafrán, delatándoles como cosecheros, la
tarifa médica les aumentó, al considerarles en cierta manera como ricos, aunque
en realidad no lo fueran.
Toda
aquella monotonía otoñal vino a romperse de forma casual al comienzo de la
citada década de los sesenta cuando, un nuevo Quijote procedente de las
estribaciones de los Alpes recalaba en La Mancha buscando aventuras.
Se
trataba de don Oskar Dignöes Danchakova, Director de la Oficina del Turismo
Austriaco para España e Hispanoamérica, el
cual, en la primavera de 1962, como guiado por una estrella rutilante llegaba por
vez primera a Consuegra. Venía en busca de
jarritas de barro para la inauguración del molino Rocinante de Alcázar de San
Juan.
Situado ya en la calle de las santas Justa y
Rufina, contactó con los hermanos alfareros Ineso y Gregorio Moreno. De aquel encuentro
no solo consiguió los objetos que necesitaba, sino algo más grande; entre ellos
surgió una amistad tan sincera, que sería el origen de todo lo que vendría
después.
Como desde entonces, la visitas de Óskar a Consuegra
eran cada vez más fluidas, en una de ellas se entrevistaba con dos personajes
que, a la postre, serían fundamentales para el devenir de los acontecimientos.
Uno era el alcalde de la ciudad, Pedro Albacete del Pozo, y el otro su concejal,
Francisco Domínguez Tendero. El resultado fue la formación de un trío tan
entusiasta, que se propuso con miras al turismo, entre otros proyectos, el
rescatar de sus ruinas el entorno monumental del cerro Calderico.
Enfrascados
pues en su ilusionante empresa, Óskar que ya había conocido de cerca la rosa
del azafrán, cierto día, de forma inesperada, sugería a su dos socios la
posibilidad de crear una fiesta en honor de la citada flor.
Aportando ideas llegaron a la conclusión,
que la misma tendría como finalidad: exaltar los valores económicos y culturales
de La Mancha, representados por el azafrán, la artesanía popular, los molinos y
el folclore.
Así, con sumo sigilo, fueron durante semanas
gestando el evento que vio la luz por vez primera el domingo 27 de octubre de
1963.
Muy a su pesar suyo, la inmensa mayoría de los
consaburenses apenas pudieron participar en los actos entregados como estaban
por completo a la recolección de la rosa. Aunque muchos hicieron un hueco, para
ver por la tarde la actuación del novillero local, Vicente Punzón "El
Venezolano". No ocurrió lo mismo cara al exterior, que diferentes medios de comunicación se encargaron de difundir la Fiesta a los
cuatro vientos.
Contando los fundadores con un reducido, pero
selecto y laborioso grupo de colaboradores locales y otros foráneos, como el
pintor Gregorio Prieto, el compositor Federico Romero o el periodista Manuel
Zuasti, cada año que pasaba, la Fiesta iba creciendo en todos los aspectos, no
faltando la puntual reconstrucción e inauguración de nuevos molinos.
La IV
edición, correspondiente al año 1966, marcaría un hito en el devenir de la
Fiesta, con varias e importantes innovaciones.
Una
de ellas, la cual desde el primer momento suscitó un gran interés y curiosidad entre
los visitantes, era el Concurso Nacional de Monda de Rosa de Azafrán; que por
cierto, tuvo en mi tía Inés García, su primera ganadora.
Igualmente se organizaba la I Feria
Interprovincial de Ganado Ovino Manchego.
Pero,
sin duda, el principal atractivo de aquella edición fue la introducción de la
figura de Dulcinea como homenaje a la mujer manchega; personaje mítico, tan
dignamente representado hoy por Aurora y, que según Miguel de Cervantes ocupaba
un lugar en el corazón de Don Quijote, cuando decía: <<Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto
nombre a su rocín y confirmándose a sí mismo, se dio a entender que no le
faltaba otra cosa, sino buscar una dama de quien enamorarse,
porque el caballero andante sin
amores era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma.>>
Para acoger
un programa cada vez más extenso, la Fiesta se ampliaba de viernes a domingo;
siendo tal el prestigio alcanzado, que en sus solo cuatro años de existencia, ya
era declarada oficialmente de Interés Turístico.
Al año
siguiente, la guinda del pastel, fue la creación de la simbólica Molienda de la
Paz y del Amor, a realizar en el
molino Sancho.
Dicho sea de paso, la influencia familiar de las Dulcineas aportaba a la
ciudad, sin costo alguno, la reconstrucción de nuevos molinos, o el propio
castillo, y la dotación de edificios, como la Casa de la Cultura, o el cuartel
de la Guardia Civil.
Fruto de aquel movimiento cultural, surgieron o se incrementaron las
relaciones de Consuegra con Andorra, la Orden de San Juan o la localidad
catalana de Prat de Llobregat
A todo
ello, la presencia de personalidades de la política, las ciencias y las letras,
como Premios Nacionales de Literatura, embajadores
de distintos países, o en una ocasión, la propia reina Geraldine de Albania, se
hacía más palpable en cada edición.
Recuerdo que, en la inauguración de uno de los
molinos, me situé cerca de las personalidades allí presentes. Estaba yo justo detrás
del alcalde, don Pedro Albacete, cuando éste, micrófono en ristre, con la euforia que le caracterizaba, comenzó
a saludar públicamente a los ilustres invitados, a los cuales iba reconociendo
sobre la marcha. Al finalizar de dar nombres, Francisco Domínguez que se
encontraba a su lado y, que como fiel
escudero, controlaba la situación con más calma, le dijo en voz baja. También
está don León Herrera. Entonces, don Pedro tuvo un lapsus y, en medio de su
entusiasmo exclamó: ¡También contamos con
la presencia de Helenio Herrera!. El invitado, que era nada menos que Director
General de Empresas y Actividades Turísticas, replico con toda naturalidad: << Sr. alcalde, Helenio Herrera es un
entrenador de fútbol, yo soy León Herrera>>.
Los presentes rieron la anécdota, don Pedro rectificó , y todos tan amigos.
A
mí como aficionado a la prensa, me llenaba de satisfacción el ver cómo, a
consecuencia de la Fiesta, Consuegra ocupaba páginas enteras en los medios de
comunicación, e incluso la portada de periódicos y revistas de tirada nacional,
o extranjeros; programas radiofónicos de gran audiencia, por no decir del NO-DO,
cuyo documental se exhibía en todas las salas cinematográficas de España.
Algo
parecido ocurría con la presentación anual de la Fiesta en la Casa de la Mancha
de Madrid, donde yo, mostrando mi orgullo consaburense acudía con algunos
compañeros de trabajo, e incluso haciendo la mili y vestidos de soldados, a
compartir aquellos actos culturales llenos de emotividad.
Retomando nuestro peculiar recorrido estacional,
rebasada la festividad de Todos los Santos la recolección azafranera entraba en
su recta final. Atrás quedaban unas jornadas de trabajo agotador, pero compensadas
por los aromas y sabores especiales de una Fiesta, que ya era santo y seña de
Consuegra, la cual completaba nuestra particular trilogía festiva por
antonomasia.
Pasaron los años y, a mediados de la década de
los setenta, Pedro Albacete y Óskar Dignöes
se apartaban totalmente de la escena. Tan solo Francisco Domínguez permaneció
aportando su experiencia y colaboración a quienes venían a tomar el relevo. Como agradecimiento a su labor, cada uno de
ellos tiene hoy dedicada una calle en Consuegra. El último ha sido Pedro
Albacete, cuyo nombre figura desde hace pocos meses en la subida al cerro
Calderico.
De este
modo, con el esfuerzo de las sucesivas Corporaciones Municipales, y contando el
respaldo de nuevas personalidades nacionales y autonómicas, la Fiesta siguió año
tras año manteniendo su esencia. De la misma forma, que se continuaba con la
reconstrucción del castillo, y la recuperación de nuevos molinos. Pero
faltaríamos a la verdad, si ocultáramos, que ediciones hubo, en que la apatía y
la indiferencia se adueñaron de la misma.
Afortunadamente aquello fue transitorio, y la Fiesta
volvió a recuperar el prestigio que por su trayectoria y méritos propios le
corresponden, hasta situarse de nuevo, entre las más representativas de
Castilla-La Mancha; ser declarada Fiesta de Interés Turístico Regional, y
seguir despertando el interés de cientos de visitantes.
Por
ello, para nada deben inquietarnos las <<fiestas
o jornadas del azafrán>>, o
como quieran llamarse, que durante estas fechas, cada vez en mayor número
aparecen por distintos pueblos de la región. Nosotros, únicamente debemos
interesarnos en mantener lo nuestro. Pero si queremos que nuestra Fiesta
conserve intacto todo su reconocimiento y esplendor, ésta es una tarea que nos compete
a todos los consaburenses, cada uno en su parcela; sin tener en cuenta, matiz,
ni color político alguno. No debemos
dormirnos en los laureles y conformarnos
con que la Fiesta se mantenga gracias a
su inercia y popularidad. Como todo en la vida, necesita una constante
renovación, e incorporación de nuevos alicientes.
En este sentido, justo es reconocer, y
felicitar, a cuantos de forma individual
o colectiva, colaboran con la Comisión de Turismo de nuestro Ayuntamiento en la
organización de los actos; sin dejar de mencionar de manera especial al Grupo
de Coros y Danzas Rosa del Azafrán, cuya presencia ha sido imprescindible desde
la creación de la Fiesta; lo mismo que la Asociación de Mujeres Nuevos Caminos,
creadora hace 19 años, de uno de los de los eventos, actualmente más populares
de la Fiesta, como es el certamen gastronómico.
Igualmente,
cabe citar, a la Banda Municipal de Música, la cual tendremos ocasión de
escuchar seguidamente, y cuya presencia es esencial en todos nuestros actos
festivos. De la misma forma que nos congratula, que el cultivo del azafrán,
aunque lentamente, siga en franca recuperación.
No quisiera terminar mi intervención, sin reiterar
mi agradecimiento, tanto al alcalde de la ciudad, Benigno Casas, como a la
concejala de Turismo, Alicia Moreno, al haberme confiado la misión de ser el
pregonero de esta Fiesta.
De
la misma forma, y siendo plenamente consciente, de aquella frase que pronunció
el mismo Jesucristo, de <<Nadie es
profeta en su tierra>> quiero agradeceros a todos, la amabilidad y la
paciencia que habéis tenido en escucharme.
Y ya para finalizar, aunque en nada me
considero escritor, y menos poeta, con permiso de nuestros amigos, ya
profesionales, del grupo "Hijos de
un río Amargo", me he tomado la libertad de ofreceros este soneto de
mi exigua cosecha:
Con la silueta recia del castillo
enclave singular de La Mancha,
sobre el infinito horizonte que se ensancha
bañada por el célebre Amarguillo.
Entre campos de
amapolas y tomillo
extiende Consuegra sus cosechas,
donde un pote, unas migas o unas gachas
sabe a verso, romance u estribillo.
Con la dulzura de tu rico mazapán,
te mueves al compás de los molinos
humilde como rosa de azafrán.
Te dejas paladear como tus vinos,
y a ti llegan por todos los caminos
caballeros de la Orden de San Juan.
Muchas gracias a todos.
Julio García Ortiz
Pregón de la LII Fiesta de la Rosa del Azafrán
Acto de Exaltación Manchega
Teatro Don Quijote de Consuegra (Toledo)
25-octubre-2014
Grande Julio
ResponderEliminarHola Julio: Como te dije, en el teatro Cervantes, este es el mejor esbozo, que se puede hacer de la historia de este pueblo, Consabura con casi XXX siglos de antiguedad, solo leyendo este pregon, te entran ganas y mas de saber mas de él. Esto si fuera un cuadro, seria un Vang Gogh. Gracias por esta joya.
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