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sábado, 15 de agosto de 2015

¿Brujas en Consuegra en 1850? 
O el caso de un asesinato sin resolver...


La (macabra) historia que vamos a narrar a continuación, sucedió en Consuegra en el mes de abril de 1850. El consaburense Felipe Díaz-Tendero Fernández, que había sido bautizado en la conocida por todos, ermita del Santo Cristo de la Vera Cruz, el 15 de septiembre de 1813, era un vecino más de esta tranquila localidad toledana, que trabajaba en el campo como jornalero, al igual que tantos otros, y que se había casado con Antonia en 1844, una moza también de Consuegra que le ayudaba en las labores agrícolas y del hogar. El episodio más inquietante (y estremecedor) de la vida de Felipe, transcurre cuando tiene 37 años, está felizmente casado y es padre de un hijo de corta edad llamado Benito (como su abuelo paterno) y único hijo del matrimonio, mientras vivían en su domicilio familiar de la calle de la Fábrica (actual calle Santas Justa y Rufina).  


 Actual calle Santas Justa y Rufina, donde vivieron los protagonistas de esta historia


La truculenta historia sucede, según la prensa de la época, en la madrugada del 26 de abril. Felipe marcha acompañado de su mujer, Antonia López-Aguado, a buscar al pequeño Benito, que estaba en casa de los abuelos maternos, como otros tantos días. A la noche de aquél día, sorprendentemente regresa Felipe solo a casa de sus padres, y como llegaba sin la compañía de su mujer e hijo, sus padres le preguntan asustados que donde estaban. Él contesta, fría e inquietantemente, que a la salida de Consuegra, se les habían aparecido 4 hombres que les parecían brujas, y dos de ellos se llevaron a su mujer sin saber a dónde. Los otros dos se le llevaron a él a una cueva de las Yeseras (un paraje ubicado en las afueras de Consuegra), donde le ataron los brazos con un pie y le dejaron una naranja, de la que él confesó había comido media.    


Dijo a sus padres que había permanecido en esa posición todo el día, en el paraje de las Yeseras y que de repente y “como por encanto” se sintió desatado sin auxilio de nadie. Posteriormente, en el citado sitio de las Yeseras se encontró el cadáver ensangrentado de Antonia, bárbaramente asesinada y estrangulada con una cuerdecita de esparto, que encontraron junto al cuerpo.  El juzgado toma cartas en el asunto, se detiene a Felipe y le interrogan. Felipe con una frialdad increíble cuenta un caso que estremece aún más que los últimos hechos sucedidos en Consuegra; cita en su declaración, que estando de guarda de viña, en el camino de Urda, hace 3 o 4 años, “se le presentó una mujer, le dio garbanzos a comer y le maldijo, pronosticándole que ya no sería más hombre, como ha sucedido”, dijo Felipe en su declaración.



Diario La Época de 7 de mayo de 1850 donde apareció la noticia del suceso


Posteriormente, se reconoció frenológicamente a Felipe, por facultativos expertos,  y en base al test o sistema de “Gail y Lavater”, se determinó que tenía muy desarrollados “los órganos de la destructibilidad”, es decir que aparentemente y según este antiguo sistema de identificación de la personalidad, Felipe tenía todas las pintas de ser un asesino.


Se concluyó el sumario a los tres, días y todas las pruebas (según la prensa) apuntaban a Felipe como culpable. El juez de Primera Instancia, don Tomás Oliver, se marchó a la localidad de Madridejos, ya que era este juzgado el que estaba llevando el caso.

El castillo de Consuegra, atalaya de nuestra historia


Pero el juicio no llegaría a celebrarse. El día 30 de abril al anochecer, es decir 4 días después de hallarse el cuerpo de Antonia, se le comunica al juez Oliver, que Felipe, el supuesto culpable del asesinato de su esposa, se había suicidado en su celda con una pequeña soga de tres cuartos con la cual se suspendían los grilletes que llevaba puestos y que le sirvió para ahorcarse.

Así de trágicamente terminaba este extraño episodio de nuestra historia local, en el cual intervienen factores muy dispares, empezando por la muerte tan horrible de Antonia, siguiendo por las declaraciones del susodicho, y continuando con las posibles “apariciones” de esos cuatro hombres “que les parecían brujas” y esa otra mujer que maldijo a Felipe años atrás, bajo la amenaza (según la declaración) de quitarle su hombría… ¿Alucinaciones, simple imaginación de Felipe buscando una coartada, síntomas de una patología mental de nuestro paisano…? Son muchos interrogantes en esta historia tan difícil de recomponer al haber pasado tantas décadas.

Felipe, debido a las causas de su muerte fue enterrado fuera de sagrado, es decir en un lugar fuera del terreno cristiano reservado para determinadas muertes o personas que renunciaban a enterrarse en suelo cristiano. Como curiosidad, en el documento de la partida de defunción de Felipe, y como “marca” significativa de que había muerto de una manera poco habitual, se dibujó, (imaginamos que por parte del sacerdote encargado del entierro Guillermo Antonio Díaz-Cordobés) una especie de calavera, justo debajo del nombre del difunto (como vemos en la imagen).

Partida de defunción de Felipe Díaz-Tendero Fernández


Detalle del dibujo de una calavera en la partida de defunción de Felipe


Un fin triste, para una historia rocambolesca que le sucedió a una familia de consaburenses, hace ahora 165 años, pero que nos sigue poniendo los pelos de punta al recordarla, y sobre la cual siguen abiertas muchas preguntas, como por ejemplo si el pobre Felipe fue o no culpable de aquel horrible crimen.


José García Cano

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