¿Brujas en
Consuegra en 1850?
O el caso de un asesinato sin resolver...
La (macabra) historia que vamos a narrar a continuación, sucedió en
Consuegra en el mes de abril de 1850. El consaburense Felipe Díaz-Tendero Fernández,
que había sido bautizado en la conocida por todos, ermita del Santo Cristo de
la Vera Cruz, el 15 de septiembre de 1813, era un vecino más de esta tranquila
localidad toledana, que trabajaba en el campo como jornalero, al igual que tantos
otros, y que se había casado con Antonia en 1844, una moza también de Consuegra
que le ayudaba en las labores agrícolas y del hogar. El episodio más
inquietante (y estremecedor) de la vida de Felipe, transcurre cuando tiene 37
años, está felizmente casado y es padre de un hijo de corta edad llamado Benito
(como su abuelo paterno) y único hijo del matrimonio, mientras vivían en su
domicilio familiar de la calle de la Fábrica (actual calle Santas Justa y
Rufina).
Actual calle Santas Justa y Rufina, donde vivieron los protagonistas de esta historia
La truculenta historia sucede, según la prensa de la época,
en la madrugada del 26 de abril. Felipe marcha acompañado de su mujer, Antonia
López-Aguado, a buscar al pequeño Benito, que estaba en casa de los abuelos
maternos, como otros tantos días. A la noche de aquél día, sorprendentemente regresa
Felipe solo a casa de sus padres, y como llegaba sin la compañía de su mujer e
hijo, sus padres le preguntan asustados que donde estaban. Él contesta, fría e
inquietantemente, que a la salida de Consuegra, se les habían aparecido 4
hombres que les parecían brujas, y dos de ellos se llevaron a su mujer sin
saber a dónde. Los otros dos se le llevaron a él a una cueva de las Yeseras (un
paraje ubicado en las afueras de Consuegra), donde le ataron los brazos con un
pie y le dejaron una naranja, de la que él confesó había comido media.
Dijo a sus padres que había permanecido en esa posición
todo el día, en el paraje de las Yeseras y que de repente y “como por encanto”
se sintió desatado sin auxilio de nadie. Posteriormente, en el citado sitio de
las Yeseras se encontró el cadáver ensangrentado de Antonia, bárbaramente asesinada
y estrangulada con una cuerdecita de esparto, que encontraron junto al cuerpo.
El juzgado toma cartas en el asunto, se detiene a Felipe y le interrogan.
Felipe con una frialdad increíble cuenta un caso que estremece aún más que los
últimos hechos sucedidos en Consuegra; cita en su declaración, que estando de
guarda de viña, en el camino de Urda, hace 3 o 4 años, “se le presentó una
mujer, le dio garbanzos a comer y le maldijo, pronosticándole que ya no sería
más hombre, como ha sucedido”, dijo Felipe en su declaración.
Diario La Época de 7 de mayo de 1850 donde apareció la noticia del suceso
Posteriormente, se reconoció frenológicamente a Felipe, por
facultativos expertos, y en base al test o sistema de “Gail y Lavater”, se
determinó que tenía muy desarrollados “los órganos de la
destructibilidad”, es decir que aparentemente y según este antiguo sistema de
identificación de la personalidad, Felipe tenía todas las pintas de
ser un asesino.
Se concluyó el sumario a los tres, días y todas las pruebas
(según la prensa) apuntaban a Felipe como culpable. El juez de Primera Instancia,
don Tomás Oliver, se marchó a la localidad de Madridejos, ya que era este
juzgado el que estaba llevando el caso.
El castillo de Consuegra, atalaya de nuestra historia
Pero el juicio no llegaría a celebrarse. El día 30 de abril
al anochecer, es decir 4 días después de hallarse el cuerpo de Antonia, se le
comunica al juez Oliver, que Felipe, el supuesto culpable del asesinato de su
esposa, se había suicidado en su celda con una pequeña soga de tres cuartos con
la cual se suspendían los grilletes que llevaba puestos y que le sirvió para
ahorcarse.
Así de trágicamente terminaba este extraño episodio
de nuestra historia local, en el cual intervienen factores muy dispares,
empezando por la muerte tan horrible de Antonia, siguiendo por las
declaraciones del susodicho, y continuando con las posibles “apariciones” de esos
cuatro hombres “que les parecían brujas” y esa otra mujer que maldijo a Felipe
años atrás, bajo la amenaza (según la declaración) de quitarle su hombría… ¿Alucinaciones,
simple imaginación de Felipe buscando una coartada, síntomas de una patología mental de nuestro paisano…? Son muchos interrogantes
en esta historia tan difícil de recomponer al haber pasado tantas décadas.
Felipe, debido a las causas de su muerte fue enterrado
fuera de sagrado, es decir en un lugar fuera del terreno cristiano reservado
para determinadas muertes o personas que renunciaban a enterrarse en suelo
cristiano. Como curiosidad, en el documento de la partida de defunción de
Felipe, y como “marca” significativa de que había muerto de una manera poco
habitual, se dibujó, (imaginamos que por parte del sacerdote encargado del
entierro Guillermo Antonio Díaz-Cordobés) una especie de calavera, justo debajo
del nombre del difunto (como vemos en la imagen).
Partida de defunción de Felipe Díaz-Tendero Fernández
Detalle del dibujo de una calavera en la partida de defunción de Felipe
Un
fin triste, para una historia rocambolesca que le sucedió a una familia de
consaburenses, hace ahora 165 años, pero que nos sigue poniendo los pelos de
punta al recordarla, y sobre la cual siguen abiertas muchas preguntas, como por ejemplo si el pobre Felipe fue o no culpable de aquel horrible crimen.
José García Cano
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